El pequeño Arno contempla el mar
Su expresión es profunda, casi triste. Parece preocupado. Su rostro es más propio de un anciano, que de un inocente niño.
Arno contempla una escena extraña: la playa que hay a sus pies no tiene arena, en ella no se ve a gente disfrutando del mar… y no es el típico día de verano en el que un niño como él jugaría con la arena, las olas y el viento.
El agua está sucia, llena de restos de civilización.
El monte bajo, con sus arbustos y sus abundantes rocas, acaba abruptamente en una línea de agitada agua marina, que va y viene sin mayor efecto en el paisaje. El mar no ha tenido tiempo de erosionar el paisaje para generar fina arena de playa que un observador casual esperaría encontrar en esta escena.
Desde que el mar comenzó a subir y a engullir a la civilización, metro a metro, nada bueno ocurre cerca de la playa. Por eso el paisaje está desierto; nadie pasa hoy más tiempo del preciso en el borde del agua; resulta peligroso permanecer allí.
Arno observa por primera vez el mar desde tan cerca y hasta él sospecha que algo no es normal en este paisaje. Por si acaso, no se atreve a adentrarse en el agua. Ni la curiosidad innata de un niño prevalece aquí.
Su corta vida no ha sido tampoco normal; o quizás sí, según los nuevos estándares: todo es extraño e imprevisible estos días: las tormentas, las sequías, las frágiles cosechas y la comida; esta última no es imprevisible, ya que siempre es escasa.
Arno piensa en lo que los ancianos le cuentan cuando tiene ocasión de hablar con ellos: hace sólo unas décadas, el mar estaba limpio, las playas podían extenderse varios kilómetros y estaban cubiertas de fina y blanca arena. Los niños jugaban en la orilla, mientras los padres se tumbaban a disfrutar del agradable entorno.
La costa era un lugar magnífico para vivir; La Tierra en general era un lugar magnífico para vivir.
El mundo en el que Arno vive ahora no tiene casi nada bueno. Ya no se utilizan palabras como “magnífico”; sólo los ancianos se las pueden enseñar al pequeño. El entorno es peligroso, el clima es peligroso, los recursos son muy limitados y ya nunca sobra de nada. Además, los hombres al mando son malos. Ellos son lo más peligroso de todo lo que acontece alrededor del niño.
Nubes oscuras amenazan desde el horizonte y la brisa comienza a soplar más fuerte, despeinando los desiguales mechones de pelo sucio de la criatura, que parece no darse cuenta y sigue sumido en sus pensamientos.
La tensa calma se rompe cuando la madre de Arno le reclama con un grito lejano. Éste se da la vuelta y corre obediente, colina arriba, al refugio de la altura.
La altura lo es todo en este nuevo mundo. Quien puede vivir en altura, sobrevive. Quien está forzado a vivir junto al mar, vive en una eterna incertidumbre, en un constante riesgo.
Será otra noche de tormenta y de fuertes vientos, que aullarán como espectros por las callejuelas del asentamiento donde sobrevive Arno. Quizás mañana sea un día mejor; la verdad es que Arno no se hace ilusiones al respecto.
Lo que Arno no sabe es que su vida va a cambiar.
Se va a iniciar un protocolo que fue escrito hace miles de años. Todo va a cambiar.
Estimado Lector
Con este prólogo te doy la bienvenida formal a la lista de correo de Tierra 2050, la novela.
Y te pido un poco de paciencia, porque la obra no está aún terminada.
El capítulo 1 te transportará de nuevo a la misión secreta que ha sido despachada al complejo de las Grandes Pirámides, donde te presentaré a los protagonistas… y tal vez comiences a tener más claro lo que está sucediendo con las misteriosas señales de radio.
Pero tendrás que esperar a que mi editor libere el capítulo; es muy perfeccionista ;-)
Mientras tanto, puedes escribirme con tus comentarios, sugerencias, ideas sobre la trama, peticiones o preguntas. Me encantará utilizar alguna de tus ideas y nombrarte en los agradecimientos de la novela.
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Hasta dentro de poco, amigo lector.
Un cordial saludo,
Pablo R. Steel